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18 septembre 2016 7 18 /09 /septembre /2016 14:51
COLOMBIA Y EL RETORNO DE LO REAL (I)

En el radio de un taxi que me lleva por Bogotá, se anuncia el combate de boxeo entre un colombiano y un cubano en los Juegos Olímpicos de Río. Me atrevo a decirle al taxista que está la cosa fea para su compatriota porque el cubano es campeón del mundo. Pero lo que va narrando el locutor de Radio Caracol pone en ridículo lo que acabo de decir: el colombiano no sólo le va ganando al cubano, sino que termina por eliminarlo.

Este errado entusiasmo nacionalista me sorprende a mí mismo, porque en los últimos tiempos cuando viajo ni siquiera hablo de Cuba. Me visto de profesor. Tardo lo más que puedo cuando se trata de abordar el tema de mis orígenes por esa cicatriz que es el acento; me limito a mencionar el lugar de donde vengo, trabajo y vivo: París.

Aclaro: nadie se cree eso de que soy francés. Alguna nota falsa debe escapárseme al proclamarlo porque la gente mira para otro lado y cambia de conversación cuando le hablo de mi pasaporte. Se trata más bien de una estrategia al final fallida, de una simulación impuesta que me evita responder al rosario de preguntas tontas sobre la isla donde he nacido.

Me reprocho que el lapsus se deba a los Juegos Olímpicos, ese receso que el fútbol le deja al deporte. Ese evento veraniego donde se exaltan las identidades de las medallas, como si de ellas y de una tabla final de posiciones, dependiera la vida banal que no cambiará en nada, de quienes aplauden enardecidos unos días ante los televisores.

Pero resulta que he llegado en un momento complicado a Colombia. Que recorro el país justo cuando Cuba aparece a los ojos de los colombianos con dos contrastadas visiones. De un lado miles de cubanos que vienen a pie desde Ecuador, atraviesan la selva para seguir rumbo a Panamá. Por otro lado es en La Habana donde se firma el llamado acuerdo de paz entre el gobierno de Colombia y los guerrilleros de las Farc.

- No Sr, aquí a los cubanos los queremos mucho. Todo colombiano conoce a algún músico cubano…¿Sabía que la orquesta Aragón vive en Bogotá? ¡Pero si el entrenador de la campeona olímpica colombiana de triple salto es un cubano! Ah, sí, otra cosa es como se vive en Cuba, aquello es terrible…se lo digo yo, que fui de visita…Nosotros sabemos de eso…mire ahora mismo los venezolanos están viniendo a buscar comida aquí.

Tengo que rendirme al evidente regocijo de que los colombianos son los primeros latinoamericanos que de manera masiva me ahorran explicaciones básicas sobre el país donde he nacido. Las secuelas de las marxistas Farc y el estruendoso fracaso del vecino chavismo, otorgan una buena dosis de lucidez a la cultura política de un ciudadano de a pie.

Contrario a los mitos impuestos por ciertas cómodas repeticiones, Colombia ha dejado de ser el país de la droga y la guerrilla. El mismo país que organiza festivales de poesía en estadios de fútbol, sorprende por el entusiasmo de su pragmatismo, y la certeza de que con la paz, se puede pasar la página de una historia siniestra.

El clima impredecible de Bogotá

Mi madre en Cuba me habló toda mi infancia de Bogotá. Alguna que otra tarde, entre dos tazas de café y dándose sillón, mi madre me contaba que a principios de 1959, metió a Fernando, su sobrino preferido, disfrazado de fumigador de cucarachas, en la embajada de Colombia en La Habana. La idea de disfrazarlo de exterminador de cucarachas había sido de unas monjas españolas del asilo de ancianos de General Lee en Marianao, donde mi madre trabajaba de cocinera. Ella no supo nunca por qué Fernando, teniente del llamado ejército rebelde, triunfador de la guerra contra Batista; había tenido que asilarse y escapar a Colombia nada más y nada menos que cubierto con una máscara de fumigador.

Pocas noticias se recibieron de Fernando, aparte de que se había casado en Bogotá, donde creó una familia y murió de un infarto un 16 de agosto (día del cumpleaños de mi mamá) de 1993. “La muerte viaja más rápido que la información”, escribe Fernando Vallejo en La Virgen de los sicarios. O al mismo tiempo, porque ahora comprendo lo inaudito de no haber tenido informaciones de este primo durante años pero sí saber el día exacto de su muerte.

Camino por el centro histórico de Bogotá sabiendo que tengo primos nacidos aquí que no conoceré. Divagar con la continuidad secreta de un origen perdido me evita el desagrado de las dos sorpresas a mi llegada: hace 7 grados en los amaneceres de agosto, y la circulación de coches, camiones y autobuses, retarda con sus zigzags y sus ruidos cualquier desplazamiento.

G., se acostumbra a soportar un clima tan imprevisible como el de Bretaña: llueve, sale el sol, refresca, vuelve el calor, etc. Me advierte G. la causa de mi desconcierto: es la primera vez que estoy en una ciudad andina y elevada a 2500 m de altitud. Caminan al revés aquí mis previsiones estivales hasta el punto que pasan los días y no puedo dejar de andar entre pantalones y capuchas, con la frustración de ver dormir las sandalias y los shorts y en mi maleta de vacacionista.

Cumplo con disciplina el itinerario turístico que aconsejan las guías, y una misma tarde recorro en el barrio de La Candelaria, el Museo del Oro, el Botero y el Museo de Arte del Banco de la República. En este último museo G. descubre para mi asombro un cuadro insólito de René Portocarrero, quizás el pintor cubano que más he estudiado. Hablo de asombro porque la composición no es figurativa, y sólo los colores pueden asociarse al barroquismo típico de este pintor. Me comunico con Miami y Guillermo Orta, que parece saber todo de la pintura insular, me aclara que (“Tiro al blanco”, es el título) es de 1952 y uno similar al que estoy viendo en Bogotá se conserva en el Museo de Bellas Artes de La Habana.

¿Cómo ha llegado desde el Cerro habanero a Bogotá este cuadro? De la misma manera que llegó mi disfrazado primo Fernando, me resigno.

Donde quiera que uno esté en Bogotá los cerros te miran. Para invertir esa omnipresencia, basta con subir al cerro de Monserrat, que toma su nombre de la conocida virgen catalana y mestiza. Eso hacemos G. y yo sin darnos cuenta que es lunes feriado por celebrarse precisamente la asunción de la virgen, y centenas de bogotanos han venido a hacer lo mismo que los turistas. Desde las escaleras del santuario erigido a la virgen, uno puede tomar una hermosa venganza visual sobre la ciudad porque la aprecia desde una altura de 3200 metros.

- Eso que ven a lo lejos es el Bronx de los desplazados…campesinos que huyeron de las Farc y vinieron a vivir como pudieron en las afueras de Bogotá.

Esto nos explica a G. y a mí, Camilo, el profesor colombiano que nos ha invitado a dar dos conferencias de literatura a sus estudiantes de licenciatura y master, desde los altos de la Universidad de los Andes. Como ocurre cada vez que doy clases lejos de Francia, los estudiantes me parecen curiosos y dinámicos. Me preguntan claro, sobre la literatura cubana de la cual he venido a hablar. Pero me sorprende que, también como siempre que viajo por otros países, el escritor cubano que circula por las librerías es Leonardo Padura…

Nos sentamos hablar con Camilo de nuestro medio y le hago algunas preguntas a Camilo sobre Princeton donde él ha hecho su doctorado, antes de interesarme por la vida cultural de Bogotá.

Mis lecturas colombianas son dispersas y no van más allá de los nombres y libros más conocidos. Como se sabe cuando se anda de viaje uno elige observar y andar de incógnito, porque el tiempo que vive el turista es ajeno a las permanencias y a las jerarquías del lugar que anota.

En un café de La Candelaria G., que conoce mucho mejor que yo a los escritores latinoamericanos contemporáneos, asegura que el hombre que acaba de llegar es el escritor Juan Gabriel Vázquez, conocido sobre todo por su novela El ruido de las cosas al caer donde se narra una historia que comienza en un billar muy cerca del lugar donde estamos sentados. Me pregunto cómo deber ser una vida literaria aquí, porque en todas las guías se asegura que la cultura es una de las atracciones del renacimiento de Bogotá.

La diferencia de siete horas con Francia me adormece al final de las tardes. Conviene de manera inconsciente esto de evitar las noches en la calle, porque prefiero la cautela en los lugares que no conozco bien, a lo que se agrega mi paranoia suele percibir peligros por todos los espacios ajenos. Abro los ojos a las seis de la mañana y ya es pleno día. Me siento a desayunar con la lentitud de un turista en el restaurante del hotel de barrio Chicó, y veo pasar a través de los cristales a los apurados bogotanos con mochilas a la espalda, porque las distancias y la cantidad de horas de trabajo los obliga a llevarse todo el día a cuestas.

De todas formas después de una semana ya voy teniendo mis costumbres que trato de manera sutil imponerle a G.: buscar mameyes, fruta bomba y guayabas al mercado, o tamales al supermercado Carulla de la 7ma y 63 donde aprovechamos para sacar de vez en cuando dinero del cajero. Y sobre todo la Plaza de Usaquén y el mercado de purgas de San Alejo. Me asombra que sea normal en la plaza ver a las personas bailar juntas música cubana sin conocerse. Esa sorpresa aumenta cuando percibo que la música popular cubana que escuchan los colombianos es la más clásica y no la reciente que resulta insoportable a mis oídos.

A unas cuadras de la plaza y al lado de un cine, encontramos un restaurante, al parecer de moda, llamado Abasto, que frecuentamos una y otra vez casi siempre repitiendo yo el bife de paleta y G. unos deliciosos camarones. En la mesa de al lado una chica, de aspecto burguesa, le cuenta a su amiga que está haciendo una tesis sobre Botero y Francia. La conversación se desvía hacia la descripción que hace de sus paseos por las calles, tiendas y museos de París, ante la mirada fascinada de su amiga que, a todas luces, no conoce esa ciudad. Se me ocurre preguntarme si contaría yo de la misma manera mi viaje a Bogotá a un amigo en París, y qué pensaría de mi versión un bogotano que sin saberlo me escuchara. Supongo que en muchas cosas diferiríamos pero en un punto de vista coincidiríamos; sospechándolo o no se tratarían de versiones de personas de paso en las cuales la intuición se arriesga a hacernos creer que hemos aprehendido lo esencial de lo visto.

Encuentro entre mis notas de viaje esta frase: “Hoy es nuestro último día en Bogotá, o el primero en el resto de Colombia, porque tomamos un vuelo hacia el Caribe”.

Veo al despertarme la luz sobre los cerros. Me estiro en la cama tratando de no despertar a G. y me digo que voy a tomar una ducha temprano antes de volar por fin al verano tórrido de Cartagena de Indias. Entro en la cabina, doy vueltas al grifo para buscar ese difícil equilibrio entre el punto rojo del agua caliente a la izquierda y el punto azul del agua fría de la derecha, cuando salé disparado un enorme chorro que comienza a inundar el baño y la habitación. Despierta a G. el grifo que rueda por el piso del baño, y el ruido incesante del agua caliente que cae sobre las baldosas, empaña con su vapor los cristales del ventanal del salón donde se borran las siluetas de los cerros.

Al llegar al hotel Ibis de Cartagena de Indias veo en la televisión las imágenes de algo ocurrido la víspera en Bogotá: un diluvio ha inundado el Bronx de los desplazados la noche anterior, hasta borrar del mapa muchas de sus casas de zinc y lanzar a vagabundear por la calle lodosas a millares de personas.

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commentaires

S
¡!!! ¡A SU ATENCIÓN UN TESTIMONIO DE PRÉSTAMO!!!!!<br /> CLEMENTINA DA COSTA DANSOT el Señora. muy Generosa por fin lo ayudó a salir de mis deudas después de varios rechazos por los bancos sobre un porcentaje del 2% yo recibió mi préstamo sin protocolo. Lo le exhorto pues lo que están en la necesidad efectiva de un préstamo para toda la cosa que importa de su vida, no dudan en dejarle un mensaje para presentar su demanda. Esto es su dirección correo electrónico: oferta-entra-particular@outlook.com
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