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3 novembre 2012 6 03 /11 /novembre /2012 09:16

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(Notas sobre las nuevas leyes migratorias cubanas)

        Llegaron insistentes mensajes de Cuba y supuse que algo raro pasaba. Lo de que Fidel se murió ya no despierta apasionadas gritaderas, desde aquel agosto del 2006 en que parecía, de verdad, que era verdad que estaba muerto.

Así que tenía que ser otra cosa más vital, algo que tuviera que ver con una concesión oxigenada de libertad: comer más, comprar, vender, viajar, tener, resolver en definitiva.

(Resolver, ese es el verbo de acción por excelencia de nuestros cubanos insulares contemporáneos).

“Quitaron la tarjeta blanca”, gritaban los mensajes de amigos y conocidos. Hasta mi móvil  marcó una llamada perdida de mi hermana desde Marianao. Tuve que hacer abstracción de mi correcorre de otoño por París, para recordar esa (otra) dichosa tarjeta, además de la de abastecimiento; la blanca.

(La memoria también puede ser egoísta, lo siento. Uno olvida rápido cuando se han resuelto ciertas ambiciones del estómago, la verdad. Surge entonces la paradoja de mirar y juzgar desde lejos algo que termina siéndole a uno ajeno).

“La visa de salida”, le digo a mis alumnos cuando me dicen (traduzco más o menos): Señor, ¿verdad que los cubanos ya se pueden ir cuándo quieran?, lo escuché en el radio, lo leí en el periódico, lo dijeron por la televisión…que quitaron allí no sé qué cosa que permite viajar…

Es decir que mis estudiantes y casi todos los cubanos de la isla se entusiasman igual con esa ley migratoria. Pero por razones diferentes. Mis alumnos porque viven a años luz del exotismo represivo de un gobierno que decide en tu lugar si puedes viajar o no. Mis compatriotas insulares se alegran por la desesperación de resolver lo que no han tenido, y la ilusión muchas veces infantil e irresponsable, de creer que pirándose se resuelven todos los problemas de sus vidas.

Es mejor desarrollar habilidades de ajedrecista que ser jurista, cuando se trata de leer las jugadas de dominó que desde hace medio siglo le permiten sobrevivir al gobierno de La Habana. Se quita la visa de salida, pero se decide qué pasaporte se visa. Se elimina la tarjeta blanca por un cuño de tinta. Si te portas mal o te toman por alguien talentoso, te quedas con la reliquia congelada del pasaporte sin autorización para ver la nieve.

            Es mejor en Cuba ser un tipo normal por los tiempos que corren, vaya, un obediente que no llame la atención para tener, sin problemas, el cuño cerca del avión.

¿Y las visas qué? Mis amigos y familiares entusiastas de la isla olvidan en su comprensible alboroto que si no naciste ni posees pasaporte de un grupito de países prósperos…no puedes viajar adónde quieres por falta de visa…

Bueno, otra noticia acaba de llegar para nuestros nacionales: ya salió la lista de países a los que se puede viajar por la libreta, es decir, ¡sin visa! Veamos algunos ejemplos a manera de ilustración. Los cubanos de la isla pueden viajar a Botswana, Togo, Uganda, Namibia y Kenia, entre los países africanos. También a Haití, Granada y Ecuador, entre los latinoamericanos.  En Asia pueden pasearse unos días por Cambodia, Kirguistán y Singapur, por ejemplo, y hasta pueden ir a Serbia y Moscú, entre las ofertas europeas.

Claro que yo si estuviera todavía en Cuba correría como un loco por toda La Habana con esa generosa lista en los bolsillos: en la primavera del 1994 hasta intenté irme a correr el maratón de Estocolmo. Los suecos son suecos pero no comemierdas, y no me creyeron el cuento del maratonista admirador de sus calles empedradas: me quedé sin visa sueca y corrí, desconsolado, el Marhabana por los baches de La Habana…

Ya imagino otros dramas. El de familias vendiendo sus casas, sus carros, lo que tengan de valor,  para pagarse un billete de avión a Singapur. El de cubanos lejos de sus familias, solos en la taigá, o detenidos en las represivas salas de aeropuertos perdidos en el mapa, tratando, claro, de llegar en su mayoría a Miami para acogerse a la Ley de ajuste.

La ley creada para recibir con ventajas (que no tienen otros inmigrantes latinoamericanos) a fugitivos del comunismo. La ley que ahora, paradójicamente, puede servir para desarrollar un turismo surrealista: el turismo de quienes teniendo la residencia americana en unos meses, no han perdido el derecho de entrar y salir de Cuba, sin tarjeta blanca.

Una suma, un mar, un verdadero bosque de infinitas paradojas originadas por la falta de libertad individual, y por una limitado conocimiento del mundo.

El escritor francés Le Clézio  tituló El bosque de las paradojas su discurso al recibir el Premio Nobel de literatura en 2008. Le Clézio aludía al escritor sueco Stig Dagerman quien llamó así al contraste entre el hecho de escribir en libertad para quienes disfrutan de ella por haberla alcanzado o vivir en un país próspero.

Quizás sea esa la razón por la cual mientras más tiempo pasa de mi salida de Cuba, más trato de ponerme al abrigo de esa paradoja entre el confort de vivir fuera, y la voluntad de opinar y escribir sobre lo que ocurre dentro.

“Para mí que siempre he conocido la posibilidad de movimiento, la prohibición de movimiento, de vivir  en el lugar que uno ha elegido es tan inaceptable como la privación de libertad”, escribió Le Clézio. Para quienes podemos viajar con tanta rutina que hasta olvidamos la existencia de esa vergonzosa tarjeta blanca, también, me digo yo.

Privar de esta libertad y al mismo tiempo regularla por un cuño, y reconocer en esos mínimos cambios un gesto que, por confusión, desconocimiento o alivio, se aplaude, es una de las tantas paradojas que ilustran la historia de Cuba en los últimos años.

                                                                                                Ilust:  Margarita García Alonso

 

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commentaires

M
Me gusto mucho porque eres sincero y sabes asumir tus puntos de vista. Besos
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E
Como siempre impecable y ademas honesto.
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