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31 juillet 2011 7 31 /07 /juillet /2011 10:31

       La masacreEn la noche del 23 al 24 de agosto de 1572, en París, comenzó una matanza masiva de protestantes por parte de los católicos con el apoyo y el regocijo de la nobleza en el poder y del Vaticano. Por el día en que ocurrió se le conoce en la historia como La masacre de Bartolomé.

            Y pienso en este lejano hecho de la guerra de las religiones en Francia porque junto a la muerte de la cantante inglesa Amy Winehouse, la noticia trágica de actualidad, en este mundo en el que quienes deciden lo que debemos saber nos domestican hasta el llanto unánime, fueron las explosiones en el centro de Oslo y el asesinato de decenas de jóvenes en la isla de Utoya, perpetrado por un delirante hombre armado.

Provocaron estupor estos hechos por pasarse en la próspera, neutral y tranquila Noruega, y por la manera en que se ejecutó: a sangre fría, contra juveniles militantes socialistas reunidos en una isla en pleno verano. Pero provocaron también, confusión.

No quiero comentar aquí los detalles periodísticos que todos más o menos sabemos: para eso están, precisamente, los periódicos.

Quiero hablar de dos cosas: la inmediatez con que esta matanza se difunde y gana, por tanto, rápida solidaridad y, sobre todo, sobre el trasfondo de la confusión inicial que daba por seguro que se trataba de un atentado islamista más.

En la reserva de imágenes de nuestra memoria perezosa, se acostumbra dejar a los países nórdicos en la cómoda posición de perfecta prosperidad: allí no pasa nada.

Hasta tal punto es así (me lo confirmaba un amigo cubano que tiene nacionalidad noruega) que criticar el aburrimiento, la falta de sol y “el dilema” de ¿qué hacer con tanto bienestar?, se convierten en las preocupaciones humanas más acuciantes.

Sin embargo la moda literaria de los países nórdicos nos ha cambiado un poco en los últimos años, como ha escrito Mario Vargas Llosa, el “ideal democrático de progreso, justicia e igualdad de oportunidades” de esos países fríos por “una sucursal del infierno”. Como ejemplos de esto la trilogía Millenium de Stieg Larsson y las novelas negras de Henning Mankell.

Sólo que, hasta hace unos días, esa visión alterada de nuestra utopía mal conocida, era casi únicamente literaria.

Primero el asesinado de Olf Palme el 28 de febrero de 1986, y ahora el atentado de Oslo y la matanza de Utoya este 22 de julio de 2011, perpetrados ambos por Anders Behring Breivik al parecer un fundamentalista cristiano simpatizante con la extrema derecha, se han ocupado de romper definitivamente nuestro idilio con el norte, y de revelarnos otra certeza: nadie escapa a las sorpresas que nos reserva la Historia, con mayúscula.

En opinión del periodista noruego Jorn Madslien el 22 de julio Noruega perdió su inocencia. El país políticamente neutro, próspero gracias a su petróleo, el mismo país que en dos plebiscitos ha votado contra la integración a la Unión Europea, se convierte en noticia por la muerte de casi un centenar de personas a manos de un blanco y rubio noruego.

Pero con la matanza de Noruega nosotros perdimos, por confusión, también nuestra inocencia. O más bien, el destino construido y repetido de nuestros odios, prejuicios y amenazas.

El bombardeo de información después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, la irresponsabilidad de los políticos, y la facilidad que brindan los estereotipos, han hecho de la islamofobia el principal comportamiento de lo que Tzvetan Todorov ha llamado El miedo a los bárbaros.

Orgullosos hasta la idiotez zómbica de pasarnos el día tocando teclas y mirando pantallas, creyéndonos así muy bien informados y poseedores de todas las verdades posibles, ninguno de nosotros vio venir el más reciente horror, ni acertamos al inculpar de inmediato a los extremistas árabes.

La noticia, eso sí, se transmite a toda velocidad gracias a nuestros artefactos. Pero a la confusión le sigue la manipulación indirecta de lo que José María Dagnino Pastore llama la información asimétrica: una de las partes tiene más información que la otra, y esto origina una  incertidumbre que yo prefiero llamar confusión.

Sabemos de inmediato lo que transcurre en Noruega (hasta leemos después los textos telefónicos que en directo envía una chica desde la isla de Utoya a su madre) pero ya nada sabemos de la revolución en Libia, nada de Somalia y de una lista interminable de conflictos vedados.

Las tesis blancas se multiplican después de nuestro fracaso semántico: conspiración de masones, maniobra de la CIA para castigar a un país apartado como la Noruega, plan del MOSAD, revolución de extrema derecha, etc.

Sin darnos cuenta formamos todos partes de esa confusión. Y ahora aparecen, paulatinamente, las referencias que dieron forma al odio de Breivik: los blogs de la fachoesfera como los nombra el diario francés Liberation, la película Dogville del danés  Lars von Trier, etc.

Dejarnos guiar de manera inconsciente por lo que sin dificultad nos dan a leer como actualidad condenable, banalizar la información que facilita nuestras preocupaciones designándonos sin nuestro consentimiento a culpables que condenamos de inmediato, son algunas de nuestras responsables ingenuidades contemporáneas que se pagan después, ya lo vemos ahora, con nuestro desconcierto.

 La primavera árabe, la muerte de Ben Ladem a manos de un comando de Estados Unidos, las bombas de Oslo y la masacre (a lo de la San Bartolomé) en la isla de Utoya, tienen en común un cambio de itinerario del horror, y quizás, el comienzo de una nueva época para el mundo, es decir de eso que de manera empalagosa solemos llamar Historia, así, con mayúscula.

(Ilust: Giorgio Vasari, La masacre de San Bartolomé)

 

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commentaires

J
<br /> Hasta la Historia con mayuscula, es poetica "chez toi"...<br /> <br /> <br />
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M
<br /> Bueno Armando esto esta original, pero a lo mejor te buscas algunos enemigos. Gracias por tu blog que es muy bonito.<br /> <br /> <br />
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M
<br /> Me Gusta mucho tu punto de vista. Péro es un poco polemico. Saludos.<br /> <br /> <br />
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