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17 septembre 2022 6 17 /09 /septembre /2022 13:40
SOBRE "NUBES TALLADAS"

En las páginas finales de este libro, Armando Valdés-Zamora, al referirse a las obras de Leonardo Padura y Pedro Juan Gutiérrez, expresa su convicción de que sus escrituras realistas se apoyan en la paradoja de conllevar implícito el disimulo de su oposición a la realidad presente, actitud que en Cuba se denomina embaraje. Ambos autores, mediante su escritura realista, invalidarían, para el crítico, ese mismo discurso como representativo de los escritores cubanos. Valdés-Zamora, de origen cubano, es profesor titular en la Universidad París-Este Créteil (Upec) y sustenta la tesis de que el valor simbólico en la literatura de su país trasciende cualquier realismo a ultranza. De ahí que su libro se inicie, ocupando casi la mitad de sus páginas, con los veinticuatro ensayos dedicados a José Lezama Lima, figura realmente prominente y de trascendencia continental. A esta primera parte le sigue una segunda dedicada a un escritor actual y que en alguna medida se deriva de esas convicciones de representación, Abilio Estévez, cerrando sus páginas con una tercera parte, El sol de las estatuas. Evasiones, olvidos, simulacros, en las que incluye reflexiones varias sobre Guillermo Cabrera Infante, Carlos Victoria, Reinaldo Arenas y temas como el erotismo, el sexo, la imaginación cubana o la literatura cubana en los Estados Unidos.

Un libro como este, escrito por un cubano fuera de su país, está marcado, sin duda, por unas vivencias que se traslucen en el título, inspirado en una cita de José Martí, « Vivir en el exilio, tallar en nubes », y en la dedicatoria a cubanos como Martha Frayde, médica y defensora de los derechos humanos, Gina Pellón, artista plástica, y el escritor Juan Arcocha, « cubanos que hicieron del exilio un mundo y viceversa ». De ahí que su introducción, « Vivir en el exilio », sea una justificación necesaria para aclarar su trayectoria fuera de su país, una vida que acusa el desplazamiento y el desarraigo que supone el exilio en cuanto a entorno y lenguaje. A ello está ligada la frase que supone una confesión de fondo : « mi yo más natural solo puede revelarse en espaňol » (p.12), pero también valora en mucho cuanto de aprentizaje ha significado su vida en el medio académico francés. De hecho, la teoría que sustenta sus investigaciones es, sobre todo, francesa (críticos como Gilles Deleuze, Georges Poulet, Jacques Rancière, Paul Ricoeur, Clément Rosset y Jean Starobinski, entre otros), muy en especial a partir de su tesis doctoral, L’écriture du corps dans les discours théorique et poétique de José Lezama Lima. En el mismo sentiudo, la idea que sostiene en el libro reside en la búsqueda de una articulación metodológica en torno a textos que constribuyan a forjar la identidad nacional, siguiendo la opinión de Enrique M. Santí respecto a las letras cubanas. Todo ello exige para el autor disponer de títulos que se alejen de « una transcripción realista » pues « El pensamiento no trabaja únicamente con el material de las impresiones mentales ideadas por una facultad imaginativa » (p.18-19), palabras que nos aclaran su juicio sobre las obras de Padura y Gutiérrez, y opinión que no se corresponde con la admitida en general por la crítica.

En esta línea de perseguir la imaginación cubana, nadie más representativo que José Lezama Lima, pues como le confesó a Tomás Eloy Martínez, “Mi único carruaje es la imaginación, pero no a secas: la mía tiene ojos de lince”. A Lezama le dedica una extensa primera parte en la que varios ensayos van asediando su figura, desde los más generales, “El cuerpo escrito de José Lezama Lima” y “El modelo insular en la escritura de José Lezama Lima”, hasta los dedicados a algunas de sus obras significativas, “Fragmentos a su imán: un modelo de espacio interior en la imaginación literaria cubana”, “Confluencias o la experiencia de escribirse a sí mismo”; o los que lo ponen en relación con otros autores coetáneos “El cuerpo como memoria literaria cubana, Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Virgilio Piňera”, “Carpentier habla (en francés) de José Lezama Lima”. O también sobre la proyección del escritor en Francia, “El deseo del viaje. La traducción de la literatura francesa en Orígenes y Sur (1944-1956)” y “El enigma Lezama: la crítica francesa y el autor de Paradiso”, para cerrar con “La biografía posible de José Lezama Lima”. En el primer título afirma con convicción que “es el cuerpo humano quien constituye el modelo morfológico subyacente en esta escritura. Es el cuerpo y no la Idea, ni el Alma, ni es Espíritu” (p. 25). Esta afirmación resulta una valoración fundamental emanada de sus estudios anteriores, lo que lo lleva ajustificar que Lezama escribe con el objetivo de modelar, mediante las palabras, una sustancia que llegue a adquirir la forma de un cuerpo y ello constituye “un acto espiritual, físico, material y temporal que abarca tres etapas simultáneas: la reflexión, la acción misma de escribir y la concepción de la imagen poética” (p. 26). Este exceso de imágenes conforma lo que Lezama denominaba “la sobrenaturaleza”, una segunda naturaleza, algo que juzga implícito en el poema ¿“Y mi cuerpo? “de Fragmentos a su imán guiado por un deseo de escribir un texto-cuerpo perdurable, un ente eterno. En cuanto a su concepción de lo insular que se esboza en el Coloquio con Juan Ramón Jiménez, es, por parte de Lezama, el primer intento de estructurar mediante imágenes un corpus ontológico de Cuba, la denominada teleología insular. El crítico asienta estas ideas fundamentales para añadir otras como el concepto de “resaca” que admite la “secundaridad” temporal de la cultura cubana, y la obligación de dialogar con el otro. En Muerte de Narciso, en un afán de universalización, Narciso no muere, sino que fuga, gestando el aporte de la resaca insular. También el símbolo espacial de la casa-isla-cuerpo es lo que mejor describe la fijeza del sujeto poético de su obra. Otros ensayos a él dedicados se centran en títulos como Fragmentos a su imán, donde se analiza que hace Lezama de su propio cuerpo. Aquí la imaginación como espacio de  la catarsis se configura en un espacio exterior, casa, isla, a la vez que serán índices de su experiencia corporal la inercia, la resistencia, el aislamiento, la fuga del cuerpo hacia el exterior de la casa dominada por el Poder. Resulta decisivo el análisis de Confluencias, que cierra su proyecto estético, pues considera que es en él donde mejor se puede analizar su escritura del cuerpo, ya que al final de su vida es el propio cuerpo de Lezama el que deviene modelo de su escritura. Para la lectura crítica de este texto se sirve, como anteriormente, de las aportaciones metodológicas de Gilbert Durand que distingue dos ejes de significaciones, las diurnas y las nocturnas. En esta última, en la actividad simbólica de la noche, la mano de Lezama ejerce el órgano de la escritura y principal símbolo en el regreso a la luz. “Es la piel –junto a la mano- la otra parte de los cuerpos de Lezama y de la noche que se intercambian entre sí. Si la mano ejecuta la acción de escribir, es la piel quien por analogía puede asimilarse a la superficie de la hoja escrita” (91).

Extiende estas ideas al análisis del cuerpo como memoria literaria en Carpentier, Lezama y Piñera, porque sustenta la tesis de que la literatura cubana está marcada por una forma que se metaforiza o explicita en el carácter físico. El cuerpo es la figura de esta escritura, pero mientras en Carpentier los cuerpos aparecen subordinados a la estructura binaria del corpus de creación “[e]n Lezama el cuerpo es otra isla dotada de una mitología ecléctica robada por la imaginación a otras culturas”. (p. 103), con lo que concluye que frente a lo real maravilloso de Carpentier y el barroco de Lezama, Virgilio Piñera se refiere a “la nada sol, la nada historia, lo que lleva, según él, a la morfología de la vaca o del lagarto” (p. 104) desembocando en cuerpos mutilados o fragmentados.

Interesantes resultan las especulaciones acerca de la relación entre Carpentier y Lezama a partir de la entrevista que se publica en marzo de 1971 en Le Figaro, aclaraciones que certifican el carácter mitómano del autor de El siglo de las luces. En el mismo sentido interesa ver la relación de Jorge Mañach con Lezama: su desencuentro revelaría la diferencia de ambas concepciones, Mañach es el orden, Lezama lo imaginario. En otro aspecto, la relación con la cultura francesa está analizada mediante el curso que Lezama impartió en Santa Clara en la segunda mitad de los cincuenta. Valdés-Zamora analiza fuentes y lecturas y también la presencia de la literatura francesa en las revistas Orígenes y Sur. Así como la valoración de los críticos franceses respecto a Paradiso.

La segunda parte del libro se titula Los reinos de Abilio Estévez, donde, a través de siete artículos, se analiza la totalidad de la obra del escritor. El lugar mítico que crea en sus textos es un territorio aislado del mundo exterior, “más que una alegoría de Cuba contemporánea, la Isla es una utopía nostálgica, un intento por crear una temporalidad regresiva que evita la referencia al tiempo de la Historia cubana más reciente”.(p. 214). Para Valdés-Zamora constituye una originalidad la constante percepción de peligro en este mundo utópico lo que supone una crítica a la utopía marxista. Esta poética de lo insular, que es diferencia y fragilidad, respecto a la cultura occidental, conecta la escritura de Tuyo es el reino a una corriente del pensamiento cubano que define de forma negativa la identidad nacional, y que procede de Casal, Piñera y Reinaldo Arenas. “Este es el efecto más reiterado de la facultad de imaginar de este escritor: escribir es para él contar la ambivalencia de un sujeto apresado en un espacio hostil del que desea evadirse sin conseguirlo”. (p. 237)

La misma homogeneidad del planteamiento continúa en la tercera parte en la persigue también una literatura de ficción no realista, pues su análisis se apoya en la marginalización de todo lo extraliterario para potenciar la subjetividad del escritor y cómo la imaginación se proyecta sobre lo real. En esta línea estarían Carlos Victoria, Abilio Estévez y José Manuel Prieto. Pero si hay que elegir además algunos trabajos de la tercera parte resultan de especial interés el que trata de “La patria de la noche: PM y Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante” y el dedicado a Reinaldo Arenas. En el primero propone una representación cinematográfica y literaria de la noche en los momentos iniciales de la revolución. Tanto en el documental PM de 1961, como en Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante se representa la imagen de la noche transgresora y popular que en su marginalidad evade  las consignas oficiales del poder. Valdés-Zamora sostiene que PM es la génesis de la escritura de Tres tristes tigres, novela que enfoca la misma imagen nocturna e identifica la noche con la subversión libertaria del lenguaje y de la música. La revolución se había apoderado de la imagen solar, que coincide mejor que con sus objetivos sociales, y no permitiría el libre uso de las imágenes de la noche y de la fiesta. En definitiva, son dos obras transgresoras que presentan la noche y la cultura popular cubanas, a la vez que despiden una época.

Otros interesantes análisis lo llevan a presentar la relación de los escritores cubanos y el poder, para lo que analiza tres títulos de la misma década, Antes que anochezca (1991) de Reinaldo Arenas, La nada cotidiana (1995) de Zoé Valdés y Tuyo es el reino (1997) de Abilio Estévez. Respecto al primero plantea con acierto que el cuerpo de Reinaldo Arenas, ficticio y real al mismo tiempo, se enfrenta con “la codificación colectiva del Poder” mediante la simulación, clandestinidad, fuga, oposición y muerte. (p. 325), al mismo tiempo que Valdés y Estévez expresan la transgresión frente al poder y la representación de la resistencia. En otro momento justificará que tanto la obscenidad como la pornografía transgreden los códigos políticos homofóbicos impuestos por el poder, lo que explica el sentido de la obra de Reinaldo Arenas que llega a eternizar un presente mediante los cuerpos plenos de erotismo. Esta sería una forma de expresión contra la represión política, y en cuya obra la sexualidad se impone como materia principal de una doble representación: la vital y la escritural.

Finaliza el libro, como se indicó al comienzo, con “Políticas literarias cubanas: Memoria, Olvido y Embaraje” donde analiza relatos de los años noventa, el período especial en Cuba. Aquí se refiere al realismo de Padura y su intencionalidad de indagar en el sentido oculto del fracaso del modelo socialista con sus consecuencias individuales en El hombre que amaba los perros. Lo característico de Padura sería aludir al contexto cubano, pero sin desmontar las causas ideológicas de la historia abordando la frustración de la revolución. Para Valdés-Zamora no es un olvido del escritor, sino lo que los cubanos llaman un embaraje, es decir, un disimulo. Lo mismo habría que decir de Pedro Juan Gutiérrez: “Padura y Gutiérrez, al aludir el primero a la memoria más reciente y oponerla al olvido, y el segundo, al validar una evolución positiva de la política del gobierno cubano, y al mismo tiempo, lamentar la censura, revelan una paradoja. Una paradoja que no lleva implícita el olvido, sino la disimulación de una oposición: un embaraje. (p. 386). En contraste, en obras como las de Abilio Estévez existe una inserción voluntaria de la cotidianidad de los años noventa, ello invalidaría, para el crítico, buena parte del discurso realista de los escritores cubanos.

Nos encontramos ante trabajos de interés, con perspectivas propias muy meditadas, con una unidad de planteamiento, fruto de la larga reflexión, de la investigación y de la lectura detenida de la literatura cubana de los últimos sesenta años.

Carmen Ruíz Barrionuevo

(Universidad de Salamanca)

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