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28 septembre 2022 3 28 /09 /septembre /2022 22:05
LE LIEU DU MIROIR : HORIZONTES DEL CANGREJO
LE LIEU DU MIROIR : HORIZONTES DEL CANGREJO

LE LIEU DU MIROIR : HORIZONTES DEL CANGREJO

« Je me suis toujours proposé d'expliquer de quelle façon j'avais écrit certains de mes livres »

                                                                                                    Raymond Roussel

Nubes Talladas

En uno de sus cuadernos de apuntes, José Martí escribió, rápido y nervioso, como solía hacer en su carrera de 42 años de vida una frase –otra más- enigmática: “Vivir en el exilio, tallar en nubes”. El exilio de Martí fue engorroso, como todos los exilios. Quizás su enemigo mayor no fue el imperio español…sino sus propios compatriotas cubanos que lo llevaron a montarse en un caballo y partir a la muerte en su primer combate. “Dos Patrias tengo yo, Cuba y la noche”, dejó escrito en otra ocasión Martí. Y se abre ahí la noche al reverso de ese sol con el que se identifica (por comodidad y pereza) a los cubanos y a su isla. De un tiro (el que tiró él a la noche no el que le alojaron en el corazón en un lugar llamado Dos Ríos) Martí nos lanza a la noche. Coge tu noche, dice al lector, a sus compatriotas, a todos nosotros ahora aquí, en este mismo París (Ciudad Luz) donde lo recibiera un día Víctor Hugo.

Tanto las nubes talladas como la noche pueden interpretarse como la resaca del des-tierro, de ese des-prendimiento de la tierra natal del latín solum, el suelo y del propio ser del latín ex(s)ilium, fuera de sí. El desplazamiento de un exilado no es solo territorial, lo es también existencial. Lo que se vive en el exilio; insinúa Martí, puede ser tan transitorio y volátil como una nube, flota, no se arraiga.

La pregunta incisiva de por qué uno escribe, esa que le hacen los demás o se hace uno mismo, de vez en cuando, cobra otras dimensiones desérticas cuándo se hace en el exilio. El exilio, aclaro, es no poder volver…ni siquiera con la frente marchita.

No todos los exilios son iguales, lamentablemente para nosotros los cubanos. Me rindo a esa evidencia después de 26 aňos de exilio en Francia aun cuando lo comencé a sospechar el día en que, pocas semanas después de haber llegado de Cuba, fui recibido por una funcionaria de la OFRPA que al saber de dónde yo venía, empezó a hablar (en perfecto español) de “los logros de la revolución cubana”. Es decir que, yo, allí, en esa oficina de Val de Fontenay no sólo le mentía sino que con mi demanda de asilo estaba siendo un des-agradecido o un beneficiado por la dictadura de la cual huía. En esas circunstancias mi exilio devenía un delirio. “Acaso usted sabe leer gracias a Miterrand?” se me ocurrió preguntarle. Ingenuamente ignoraba entonces que un escritor cubano se enfrenta desde hace más de ­seis décadas a lo que llamo “la filosofía del pero”: “Sí, Cuba no es democrática, es verdad, pero…”

Si casi siempre se responde con aproximaciones a la pregunta de ¿por qué escribo?, en el caso nuestro quedan pocas opciones de respuesta que no sean la de la vocación, la lealtad a yo no sé qué, o, como le gustaba repetir a mi amigo Juan Arcocha, intérprete de Jean Paul Sartre al español: por una cuestión de identidad.

Para qué escribir si: los editores te exigen que vivas en Cuba e ilustres el folclor soleado con sexo y música, si la academia te ignora en sus programas por no escribir o decir lo que ellos desean y esperan de esa isla excepcional en todo el rigor de esa palabra, si hasta personas que conoces y saben de la tragedia cubana se van corriendo al llamado premio Casa de las Américas –por solo citar un ejemplo- si al dar la mano de alguien que te presentan, por ejemplo en la Biblioteca Nacional de Francia te lanza: “¿cubano? ¿De Cuba o de Miami?”. O si, en ese regreso suave del verano, en pleno septiembre, latinoamericanos amigos o conocidos te muestran con regocijo las ediciones de sus libros en sus países de origen, con fotos de sus triunfos locales -“vive en París” dicen los titulares- y de vez en cuando te lanzan la pregunta: “y este verano fuiste a Varadero, qué relinda Cuba”. Y sientes por un instante el agua salada de las playas de Cuba atragantada en su garganta.

Es entonces que se manifiesta lo que nombro la resistencia y que ilustro con un verso del poeta cubano Gastón Baquero: “El rostro que decora el rocío”. La resistencia es basada en la creación de otra causa, en el enfrentamiento a un destino trazado de antemano, llámese, cliché, subdesarrollo, dependencia. La resistencia no es trágica, sino continua, persistente como un toque de tambor o el susurro del zunzún. Es en ese ritmo a la vez nuevo, inédito, auténtico, y reiterado a pesar de las adversidades que configuran una identidad sonriente dirigida al futuro con el goce del instante.

En mi caso me consuela la imaginación con ojos de lince, como decía José Lezama Lima. En mi caso he tratado de adoptar esa imaginación razonada alabada por Borges en el prólogo a La Invención de Morel de Bioy Casares. Situar lo cubano en otros mapas del mundo en el cual las reminiscencias y las acciones se modelen por el propio lector al ir descifrando o tejiendo infinitas significaciones disimuladas.

Sin embargo, habiendo nacido en esa isla del caribe llamada Cuba, donde el choteo desacraliza lo solemne y por tanto a lo trágico, he terminado por preferir la sátira, la mordacidad y el sarcasmo al patetismo de la tragedia o el melodrama porque no puede ser una víctima un prófugo de Alcatraz, sino un satisfecho náufrago recompensado por la vida. Esta es la razón por la cual, al intentar escribir las peripecias del espíritu cubano, adhiero con fervor el hallazgo de esa frase de Virgilio Piñera: Aquello que nos diferencia del resto de los pueblos de América, es precisamente el saber que nada es verdaderamente doloroso o absolutamente placentero (…) Nosotros somos trágicos y cómicos a la vez.

En resumidas cuentas, uno escribe porque le da la gana responder al eco de esa voz (¿las voces de Baudelaire?) que nos habita en las circunstancias más imprevisibles. Y por esa libertad sentada ante la ventana del mundo que verá pasar las nubes y las noches, aunque nadie venga a tocar a las puertas de tu cielo.

          Las vacaciones de Hegel

          Un cuadro de Magritte, con fondo naranja, representa a un paraguas abierto (¿conocen Bruselas?) con un vaso de agua encima. Su título: “Les vacances de Hegel”. Mientras esperaba en un incómodo limbo legal el reconocimiento de mi estatuto de refugiado en Francia, me puse a escribir una novela que, supe entonces y mantengo ahora, no podría escribir de otra manera en futuras circunstancias de mi vida.

El cuadro de Magritte que pude ver en un libro de la biblioteca Parmentier del barrio 11 de París, de alguna manera dibujaba la espera indefinida del protagonista de mi novela al llegar de Cuba. Las tribulaciones de Alejandro, un oscuro profesor universitario invitado a un coloquio en Francia y quien se encuentra durante este viaje con una rencarnación de la Nadja de Breton, es la fábula de esta picaresca que trata de responder a la pregunta que se hace un cubano supuestamente de vacaciones en el extranjero: “¿Me quedo o no me quedo?” Aunque la crítica en Espaňa y sobre todo en Francia fue generosa con la novela nadie vio (no seamos exigentes con los apurados periodistas) que mi juego también implicaba la visión de América de Hegel que desde 1817 consideraba ese nuevo mundo inmaduro e impotente. América es para él un hecho natural y destino solo para quienes están hastiados del museo histórico de la vieja Europa. Yo, insular descendiente de indígenas, africanos y españoles, daba el viaje al revés no para darle razón en eso de integrarme al superior espíritu europeo, sino para poder saciar mis hambres y ser porque no era, Hamlet incompleto.

Evadiendo las probables síntesis hegeliana me divertía contar la paradoja de un cubano supuestamente turista en París, que suspende el destino de su vida a la respuesta de saber si regresa o se exilia; como el funámbulo que se desliza por una cuerda floja que en este caso es el Atlántico. De cierta manera la lógica partía de vacaciones (como un vaso de agua sobre un paraguas) y se asumía la incompletez de un espíritu insular más dado a esa “suma crítica” de la cual hablara José Lezama Lima en su libro de ensayos La expresión americana. “Pero si vuelvo a él –dice Lezama refiriéndose a Hegel- es un tanto con el propósito de burlarlo, señalando su fastidio, una de las veces en que la idea no coincidió con la realidad (…)”.

Mi posterior tesis en la Sorbona sobre Lezama Lima, un antihegeliano a la vez por fidelidad, exceso y hostilidad, vendría a completar ese ciclo de encontrar las otras vías que fundamentan desde el pensamiento, nuestra simpática diferencia en el mapa de las naciones literarias.

Horizontes del cangrejo

          De mi libro de cuentos “Horizontes del cangrejo” editado por la Universidad de Guadalajara en México en 2020, no se sabe bien quién es el autor. Y esto es un verdadero rompecabezas, lo confieso. A falta de ser yo, las historias se atribuyen a un tal Cornelius Monteagudo, “un enigmático intelectual franco-cubano de cuya existencia real se tienen pocas certezas”. “La aparición en La Habana de una copa robada en la tumba de Nerval en París, las confesiones de un Che Guevara sobreviviente y refugiado en las montañas de la isla de Córcega, y las pesquisas para encontrar un grabado iluminado de Cuba donde se profetiza la fecha de una cuarta nevada en esta isla del Caribe, son algunos de los relatos de este libro”.

          Cornelius Monteagudo, se dice en un fragmento del libro, se supone que nació en Cuba y quedan indicios en bibliotecas y archivos de haber él escrito y publicado monografías, relatos, poemas y un ensayo sobre la visión del Nuevo Mundo de Hegel titulado “Las vacaciones de Hegel”. Entre la papelería dejada por Cornelius a un rico coleccionista y que Apolonio -uno de los personajes y narrador del libro- dice haber consultado, se encuentran “fragmentos de cuentos de un libro no publicado de insólito título (Horizontes del cangrejo) manuscrito, en su conjunto, a todas luces desaparecido”. El libro que estamos leyendo se afirma haber desaparecido y no se puede atestiguar que el autor haya existido.

          En una nota final titulada “El autor de Horizontes del cangrejo” yo trato de poner un poco de orden en la dispersión aparente de la autoría y las probables significaciones del libro que uno acaba de leer. Digo haber heredado el manuscrito de mi fallecido amigo Juan Arcocha y expongo mis dudas sobre la autenticidad del mismo y la existencia del tal Cornelius Monteagudo porque, entre otras muchas confusiones, personajes como el Apolonio parecen ser autores de algunos de los cuentos del volumen.

En ese simulacro de desmontaje voy revelando las capas de símbolos y referencias que van tejiendo, en un juego con el lector, los sentidos implícitos de las narraciones y de todo el libro. Horizontes del cangrejo trata de aprehender desde su título la imagen del exilado que sale y regresa a su refugio sin alejarse de ese mar de donde vino y algún día quizás vuelva.

No le queda otro remedio al exilado que imaginar. Tan lejos, ¿no?, de lo real de la tierra, tan des, en ese ir y venir de balsero a sobreviviente, de satisfecho a nostálgico, de bolero a tango y viceversa.

En su libro 515 Le lieu du miroir. Art et numérologie que intenta interpretar enigmas literarios y principalmente el 515 de Dante, el portugués Lima de Ferias puede darnos algunas pistas para tratar de ordenar la imaginación razonada de este libro. De Freitas después de citar el libro L’ésotérisme de Dante del célebre místico francés René Guédon, afirma que el número 515 como Messo di Dio (enviado de Dios) retoma el significado pitagórico del 5 que representa la mano del hombre. El 5-1-5 representa las dos manos y al hombre en la constitución de sus dos partes su conjuntio oppositorium. Agreguemos algo más esclarecido en este libro: el 55 es el número de la alquimia. El 55 simboliza la perfección humana y la culminación de un trabajo: los 10 dedos de las dos manos frente a frente. Agregar un 1 entre los dos 5 representa el deificato, la transformación del hombre mortal en divino. Pero resulta que, para mi sorpresa, el número 55 en la charada china cubana, significa cangrejo.

Para no agobiar con estas especulaciones numerológicas, varios pasajes de Horizontes del cangrejo hacen alusión al cangrejo y al número 55 de ese juego de azar tan popular y que desde los años se juega de forma clandestina todos los días en Cuba.

En mis vagabundeos por las bibliotecas de París descubrí un día a un personaje cuya excentricidad no sobrepasaba su misterio. Opicinus de Canistris (1296-1353) un eclesiástico y escribano que en medio de una iluminación se puso a escribir cuadernos herméticos y, sobre todo, a pintar mapas de Europa antropomorfos en los cuales predominaban mujeres. ¿Qué hacer con esto? Durante más de 10 años leí y viví con el fantasma de este hombre en las circunstancias más diversas de mi vida de exilado en Francia. Me identifiqué con él y lo puse a encarnar, en un cuento, el joven que yo era en una ciudad de provincia cubana. Una francesa estudiante de la Sorbona y que hace una tesis sobre Cornelius Monteagudo (¿autor del libro?) busca también, incitada por su novio Apolonio (¿autor del libro?) y por Alejandro, el profesor protagonista de la novela Las vacaciones de Hegel, un mapa de Tommaso Porcacchi (1530-1576) donde aparece Cuba y los detalles de una cuarta nevada sobre “el 28 de diciembre de 2042 que desplazará a la isla del Trópico y de su cáncer, a climas menos tórridos”. Más que preocuparme por una ontología de lo cubano jugaba con la desaparición absurda por la nieve de la isla, una idea furibunda que Reinaldo Arenas avanza al final de su novela El color del verano.

La búsqueda de este mapa, la historia de Cornelius a través de sus cuentos y las pruebas que se acumulan para demostrar su identidad, quiero decir, la biografía apócrifa de un cubano en la historia cultural franco-cubana, más el cuento que cierra el libro “El último secreto del Che Guevara” pretenden darle una unidad a todo el volumen que se completa –al menos es mi intención- con las asociaciones hasta cierto punto infinitas de la literatura, los juegos de azar y el imaginario medieval europeo. Más que asociaciones estamos en presencia de apropiaciones. Se supone que el hecho de revelar que en realidad el mítico guerrillero no murió en Bolivia, sino que vive pasiblemente desde 1967 en las montañas de Córcega con su amante, un combatiente por la independencia de la isla, podría haber sido la causa de la desaparición voluntaria o forzada de Cornelius.

Ante el dilema de escribir lejos del país donde nací y al cual solo he vuelto una vez en 26 años de exilio, he preferido jugar e inventar, de manera fantástica una nueva apropiación de lo cubano: “La isla distinta en el Cosmos, o lo que es lo mismo, la Isla indistinta en el Cosmos” tal y como la vislumbrara José Lezama Lima. Una visión fantástica de la realidad y no una transcripción realista de sus conflictos. Un desdoblamiento de la visión y de la percepción del mundo a través de la inserción de los símbolos de la isla en la cultura universal y vice versa. La idea es instaurar un orden imaginario que no respete cronologías con un azar racional. Lo maravilloso y lo mágico no se sitúan sus fuentes en la naturaleza, sino en el encuentro lúdico de un sujeto con la densidad de una Historia ajena apropiada sin tragedias ni reivindicaciones

En cierta medida al escribir estamos en el lugar del espejo. Esa doblez que nos exige como ética una devoción o un capricho. Como un cangrejo las mitades se multiplican si vagamos y hablamos otras lenguas por tierras ajenas.

Al final del libro, Opicinus en su delirante discurso se identifica con la imagen de un cangrejo. Es el pasaje donde se recrea “De Trinitate” de San Agustín y Opicinus declara ponerse en el lugar del pensador cristiano y reproduce la anécdota con el niño que excava en vano en la arena para introducir en un orificio toda el agua del mar. Después de confesar que se escondería “tierra adentro como un cangrejo”, se puede leer lo siguiente:

Es al anochecer que sale el cangrejo de la oscuridad de la cueva hacia la luz de las estrellas y, mientras atrapa con sus tenazas una mariposa que atraviesa el firmamento, camina hacia atrás y hacia los lados por la arena mojada para ver mejor el horizonte.

Vincennes

(Día del otoño de 2022)

 

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