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21 décembre 2014 7 21 /12 /décembre /2014 12:36
CON EMBARGO O SIN EMBARGO

     Tres fantasmas recorren la existencia de mi identidad en Europa desde que salí  corriendo de Cuba: el embargo de los Estados Unidos al gobierno de La Habana, la indolencia de los cubanos ante la realidad política de su país, y el futuro de Cuba después de la muerte de los Castro.

      Tres las preguntas ante las cuales uno, si es cubano, tiene que responder como en un examen: ¿a favor o en contra del embargo?, ¿por qué no se sublevan los cubanos contra el gobierno?, ¿qué va a pasar en Cuba después de los Castro?

      Tres preguntas como piruetas retóricas basadas en tres hechos (embargo, indiferencia, y depauperación económica con supuestos logros sociales) que, en la mayoría de los casos, sirven de argumentos sutiles para eximir a Castro y su gobierno de lo más evidente: de conservar la más vieja dictadura del continente americano.

     De manera insólita las tres preguntas conservan las tensiones de una evaluación porque su interlocutor (que quizás nunca ha puesto los pies en Cuba) ya tiene él sus respuestas adelantadas: no al embargo, los cubanos están satisfechos con su gobierno, después de Castro será peor porque vendrán los americanos y los bárbaros de Miami.

      El embargo y los zigzags de miedo, simulación u oportunismo de los cubanos, y un futuro gobierno capitalista, justifican a quienes creen o hacen creer que el totalitarismo de la isla se fundamenta por la proximidad agresiva del enemigo del norte, y que su ejemplaridad cívica se aprecia en la aprobación masiva de su pueblo.

       El 17 de diciembre de 2014 pasará a la Historia de Cuba como el día en que Barack Obama y Raúl Castro, en directo y al unísono, anunciaron el fin diplomático de los antagonismos entre los países que ambos presiden.

      Que el embargo norteamericano a Cuba es un fracaso, es tan evidente como el tiempo desmedido que ha sobrevivido la dictadura comunista cubana. Cuba recibe unos 3000 millones de dólares de los emigrados y Estados Unidos es el segundo exportador de productos agrícolas a la isla, por sólo citar dos ejemplos.

       No obstante la eliminación del embargo había sido condicionada a la apertura democrática: elecciones libres, multipartidismo, libertad de expresión, y libre circulación de los cubanos por el mundo. Sólo este último aspecto ha sido, parcialmente, respetado. Eso ha bastado para que Obama decida liberar a espías responsables de la muerte de pilotos civiles, prometa establecer una embajada en La Habana, así como trabajar para la supresión del susodicho embargo.

       En este gesto se ignora por completo a la disidencia interna, a la oposición del exilio, y a las aspiraciones democráticas de un pueblo que no ha podido elegir libremente a su presidente desde hace más de medio siglo. Pero a nadie le importa. Y al cubano de a pie que sufre todos los días la incompetencia de su gobierno nunca lo he visto, por supuesto, estar a favor del embargo. Es decir que el ciudadano medio ha desplazado al embargo la responsabilidad de sus males y su falta de compromiso con la política de su propio país, resultado en parte de la manipulación propagandística del gobierno.

         El gesto simbólico de la paz y el fin de las sanciones del gigante surten más efecto que una lógica interpretación de la realidad: nada cambia en La Habana porque son los mismos seniles dirigentes quienes imponen su voluntad por la fuerza.          A nadie le importa, además, no sólo por la abulia ciudadana y la ausencia de una sociedad civil independiente, sino por el fracaso político de la disidencia y la oposición que comparten con el exilio la falta de visibilidad pública e internacional y, ahora, la traición del supuesto aliado norteamericano.

       A la oposición la han minado las filtraciones de la policía política cubana, las rivalidades internas y, sobre todo, la represión ininterrumpida del régimen que nunca le ha permitido difundir sus programas al resto de la población. Esto sin contar con el despiste asombroso que comparten muchos de sus líderes en cuanto a la política y las relaciones internacionales.

       El reclamo justo por viajar al exterior que debía convertirse en una manera de romper la censura y exponer proyectos, se ha convertido en un ir y venir de turistas políticos que casi nadie conoce en el interior de la isla y que han perdido el encanto de la víctima encerrada, ante los ojos del mundo.

       Si hay alguien que sale mal parado y desorientado  por la secreta maniobra de Obama y Castro, es la disidencia cubana de la isla y la oposición del exilio: ninguno de los dos vio venir el desplante, y habrá que ver hacia donde orientan ahora el naufragio de su orfandad.

        Por su parte  Castro deja de lado a sus ingenuos aliados latinoamericanos y a los utópicos europeos con quienes ha roto el diálogo poco antes de sacar su carta Obama de la manga. La muerte de Chávez, el caos del gobierno de Maduro, y las crisis económica y política de España a cuyo canciller ni siquiera recibió en su viaje a La Habana, fueron las progresivas razones del cambio de estrategia: nadie imaginó que Castro encontrara como puerta de salida a la crisis cubana, al enemigo.

      Contrario a lo que imaginan o fabulan quienes aplauden el abrazo de los otrora enemigos, casi ningún beneficio sacarán los cubanos de a pie de esta tregua. Sí, puede que lleguen más paquetes que reproduzcan las dependencias de la irresponsable pereza. Puede que alguna medicina se pueda comprar con más facilidades y que abunden las Coca Cola en el malecón. Pero no mucho más. Al no haber cambios políticos, seguirá siendo el régimen quien administre y se apropie de las importaciones y los créditos.

        Los cubanos perderán las ventajas de la Ley de ajuste (en parte ya en crisis por la desvergüenza de viajar sin cesar a La Habana siendo refugiados, al año y al día de tener la Green card) y no tendrán adonde irse a quejar para ser acogidos legalmente. Dudo, además, que se modere la restricción a los medios de difusión a los opositores, o que se les permita algún tipo de representación pública o legal.

      Raúl Castro ha jugado la carta del enemigo porque su obsesión es implantar un modelo como el de China o el de Vietnam. Pero esos modelos se sustentan no sólo en el control estricto de las instituciones sino también en la eficacia productiva, y ése es el mal congénito del castrismo: la inoperancia económica. Prometer un vaso de leche a los cubanos tras 52 años de gobierno se convirtió en su momento en un risible símbolo del desastre castrista.

      Para quien tenga dudas y se haga ilusiones con un cambio, basta con leer el discurso del avejentado general ante la Asamblea Nacional cubana, este sábado 20 de diciembre, sólo tres días después del anuncio con Obama.

     No habrá cambios fundamentales en Cuba porque lo esencial de la tragedia cubana es la dictadura y el monopolio represivo del partido comunista. Así de simple. Con embargo o sin embargo, el problema de Cuba son los Castro y su séquito, no los americanos que, como en el célebre chá-chá-chá de los marcianos; “llegaron ya”.

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commentaires

A
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M
Muy acertado, Amandito.
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