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6 mai 2012 7 06 /05 /mai /2012 00:04

Simone-de-B.jpgComo era domingo de elecciones me fui temprano a caminar para ver a la gente y adivinar algún indicio, en los rostros o en la prisa, de la manera en que toman los parisinos eso de elegir un presidente.

Al final de la mañana, al doblar una esquina, me encontré, en el número 11 bis de una callejuela llamada Victor Schœlcher, frente a una espléndida puerta art deco y una placa que indica el lugar donde viviera Simone de Beauvoir de 1955, hasta su muerte en 1986.

Me quedé un rato imaginando a la Beauvoir al llegar o al salir de aquel lugar al ir o al regresar de Cuba. La supuse con su sombrero, pálida y bronceada, entusiasta y fatigada, dependiendo de los instantes de su ida o de su vuelta de la isla.

La calle en su exceso es tan breve como silenciosa, y lleva el nombre de unos de los más importantes precursores en Francia de la lucha por la abolición de la esclavitud. Lo que poca gente sabe es que fue precisamente en Cuba donde Victor Schœlcher se escandalizó definitivamente por el sufrimiento que vio padecer a los esclavos en los campos de caña, y decidió dedicar su vida a erradicar esta práctica tan rentable para los negocios como humillante para las personas que la sufrieron.

La gente semidormida yendo a buscar el pan, o a votar por un presidente este domingo, y yo imaginando una discusión imposible entre Schœlcher y Simone sobre las apreciaciones divergentes de los dos y  sus respectivas Cubas: la colonia de España en la primera mitad del siglo XIX, y la Cuba de la revolución de 1959.

Porque, como se sabe, si algo encarna Francia es la pasión política y el dinamismo comprometido de sus intelectuales. Sin embargo esto último parece haber cambiado completamente bajo la era Sarkozy.

En un artículo publicado en Le Monde y titulado “Une planète en recomposition”, Marion Van Renterghem y Thomas Wieder se preguntan las causas de esta deserción y nombran la ausencia contrastante de algunos de estos intelectuales:

 

¿Qué queda de la influencia sobre la política de los intelectuales comprometidos, crema y nata de la excepción francesa nacida de la Ilustración? De los Voltaire, los Zola, los Malraux, los Sartre, los Aron y Camus?  En esta campaña presidencial de 2012, los Edgar Morin, Alain Finkielkraut o “los nuevos filósofos” como André Glucksmann o Bernard Henry Lévy, esos gurús, esos sabios iluminados, representantes de una moral y de valores no han influido en el curso de los acontecimientos.

 

 

            Resulta que durante la campaña electoral francesa de 2007 un grupo de conocidos intelectuales apoyó abiertamente a Nicolas Sarkozy, algo raro, porque como se sabe, la tradición exige que alguien que escriba o dé opiniones públicas debe, al menos, simpatizar con la izquierda.

            Un mundo feliz  tituló Aldous Huxley a su novela crítica contra las utopías. Ese es el título que retomaron estos intelectuales franceses simpatizantes con la derecha (Le Meilleur des mondes) para la revista donde publicaron sus artículos y polémicas, después de los atentados de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.

Fue Daniel Lindenberg quien lanzó desde el 2002 el más conocido de los ataques contra estos intelectuales en su libro Le Rappel à l'ordre. Enquête sur les nouveaux réactionnaires. La noción política estadounidense se transforma en Francia en acusación contra ideólogos que defienden la guerra en Afganistán y en Irak y descalifican a la izquierda por su supuesta islamización.

Pues de toda esa gente nombrada también “los sarkozistas de izquierda”, nada se ve en los medios franceses por estos días de elección presidencial. Hasta tal punto se extraña a estos ilustres profetas que la prestigiosa revista Esprit dedica el número de marzo-abril de 2012 a una serie de artículos que tratan de responder a la pregunta de ¿Dónde están los filósofos?

Y unas horas antes de la segunda y decisiva vuelta de la elección presidencial, en Le Monde del 5 de mayo de 2012, el filósofo de extrema izquierda Alain Badiou va más lejos y culpabiliza a los intelectuales del ascenso vertiginoso de la ultraderecha del partido de Marine Le Pen.

Se constata entonces que  ha habido un cambio en Francia, de la admiración a la indiferencia o al rechazo, a la intervención pública de los intelectuales en la vida política. Cuentan que tanto Sarkozy como los medios de difusión han remplazado a estos errados adivinos por especialistas. Es decir que ahora en vez de invitarse a pensadores generalistas como a un filósofo o a un escritor comprometido, se le hace preguntas a alguien formado en un sola disciplina, llámese geopolíticos, historiadores, sociólogos, investigadores sobre el islam, etc.

De hecho, todos los miércoles, durante estos últimos años de mandato, Sarkozy ha compartido su desayuno con alguno de estos expertos contactados previamente por sus consejeros.

Y aunque para nadie informado es una noticia que en los últimos años los intelectuales clarividentes no encarnan como individuos a la conciencia crítica de la sociedad, vale la pena especular sobre las razones de esta desaparición de la escena política. La más inmediata es, por supuesto, la crisis financiera. El fin de la guerra fría, la mundialización y el acceso a la información que procura internet, también contribuyen al debilitamiento público de los iluminados guías.

Tengo que anotar entonces entre mis satisfacciones contemporáneas, eso de no tener que soportar hasta la abulia las chácharas de un grupo de sabelotodo que pronostica próximos cambios y porvenires casi siempre errados o inalcanzables. Es decir una manera encubierta de expresar el deseo por el poder y la ambición de alistarse a una élite reconocida y aplaudida por la tribu.

Me digo entonces que algo bueno tenían que dejarnos la mundialización y esos aparatos, teclas y pantallas que gastan nuestra vista, nuestros oídos y nuestros dedos que los encienden y los hacen andar.

No corremos el riesgo, me parece, de que en el futuro abunden lugares y estatuas que lleven el nombre de nuestros contemporáneos intelectuales, como esas calles francesas que se llaman Victor Schœlcher o Simone de Beauvoir.

Porque si bien entre los más grandes éxitos de la modernidad pueden citarse el de lograr la abolición de la esclavitud, y otorgar un puesto relevante e igualitario a la mujer en el mundo, uno de los más grandes acontecimientos domésticos de la globalización, quizás sea la desaparición (para mí reconfortante) de la figura nacional y regidora del intelectual, a la vez militante y agorero del destino político de pueblos de los que se creyeron ser la encarnación del espíritu crítico.

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commentaires

E
Muy bueno Armando, Gracias por tu vision de Francia.
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M
y a la vez da mucho miedo, al menos me sucede, porque no hay candidato que realmente pueda sacar a la Francia de la crisis.
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