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21 août 2011 7 21 /08 /août /2011 10:19

  (Notas sobre Cuentos negros de Cuba)


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            El olor a albahaca mojada siempre me recuerda a Mercedes, mi tía espiritista que me crió de niño allá en Santa Clara.

A los cinco años mi tía me enseñó a encender los tabacos que necesitaba para conversar con espíritus de negros esclavos en un ritual ecléctico que incluía un rosario, palos del monte, resguardos, soperas, cazuelas, herraduras, caracoles, velas, miel de abeja, humo, mucho humo de tabaco, y hierbas de todo tipo, rociadas con agua de colonia y otros ungüentos. Y albahaca, siempre la albahaca.

De ahí, supongo, viene el apego a ese olor resucitado que entonces se hacía más fuerte  en las mañanas calurosas, aún cuando era siempre al silencio de la noche cuando se preparaban los trabajos para resolver cada día problemas prácticos (amarrar a un amante, calmar a un jefe, lograr al fin la salida del país) a decenas de pacientes.

Ahora sé que ese olor cambia, en mi precaria percepción, no tanto por las estaciones, como por los lugares que atravieso desde que salí de Cuba. A cada lugar su olor a hierba, con rocío, ola, charco, espuma, nieve, granizo, ron…en fin, agua. A cada pasaje la aversión, o la atracción, mojadas. Aunque al final siempre es el olor de la albahaca, me digo.

Y este verano ese olor ha vuelto, sorpresivamente, a mi apartamento de París. Quizás porque ha hecho mucho calor y he regado con más insistencia a las plantas de mis balcones. El olor a una hierba húmeda que yo quiero será albahaca ha ocupado el espacio del humo del tabaco en estas tardes de agosto.

O a lo mejor fue todo culpa de Harry Potter. Quiero decir de la última película de ese muchachito de las varitas mágicas.

Porque hace unos días, al llegar del cine, al mismo tiempo que calmaba la insolación de mis plantas, mi hija Ariane me preguntó por la brujería cubana. Y me di cuenta que tenía razón al asociar la brujería medieval europea, versión Harry Potter que acabábamos de ver, con la que tenemos nosotros gracias a los esclavos. A cada cual su manera de imaginar otro mundo y una manera de cambiar las cosas de aquí abajo.

Me preguntó por esos pedazos de madera cortados a machetazos y que llevan escrito un nombre (amansaguapo, vencedor, yopuedomasquetú, abrecamino) sobre una parte de sus cortezas peladas, los mismos que deambulan, con previsto desorden, entre los libros de mi biblioteca.

Fue entonces cuando le hablé de Lydia Cabrera, y como no tengo en casa El monte (donde mi tía aseguraba que Lydia Cabrera la mencionaba), le  mostré a Ariane una edición en español de Los cuentos negros de Cuba preparada por Rosario Hiriart.

La primera edición de este libro es en francés”,  le dije, para aliviarle a mi hija la angustia de las urgencias, que la embarga cuando su papá la obliga a leer en español. Y sin querer creo que hice bien porque es más fácil, pienso, entrarle a nuestra brujería de esa manera: leyendo cuentos que parecen fábulas, testimonios que parecen cuentos…

Con un olor a hierba mojada, que en este caso viene de una florería conocida, y no de las oscuras aguas del río, lo primero que vimos al día siguiente en nuestro paseo por una orilla del Sena, fue la edición francesa de Gallimard de 1936 de Contes nègres de Cuba.

Recordé la frase en la cual Lydia Cabrera citaba el contraste del origen de su pasión: “Descubrí a Cuba en las orillas del Sena”.

Y allí estaba yo, parado frente al bouquiniste francés que se alegra, dice, se alegra mucho que sea un cubano quien compre ese libro, respirando un estival olor a una hierba que quiero sea albahaca húmeda, de nuevo a cuestas con algo de Cuba que maravilla a mi hija.

 “Ese no fue Harry Potter, le digo, fue mi tía Mercedes que oyó nuestra conversación de anoche”. Y ahora va a creer ella que su padre, en vez de palos de brujería esparcidos por toda la casa, posee varitas mágicas que hacen aparecer en el Sena, los patakiés, las divinidades y las brujerías todas de la isla.

Y de asombro en asombro compruebo que ¡nadie ha abierto el libro desde el 1936! Permaneció con las hojas pegadas, imagino, en la heredada biblioteca de un burgués esperando nuestra llegada, y la apertura alegre de sus páginas con un oxidado abrecartas.

Y henos aquí, mi hija y yo, cada uno leyendo uno de los dos libros, en esa traslación del español al francés que fue como comenzó su carrera Lydia Cabrera. Estudiante en París coincide con la fascinación en Europa de la antropología y el arte por las culturas exóticas. Alumna de Fernando Ortiz, publicó en Francia cuentos que no se habían recopilado para ser leídos como tales: Lydia recogió la confesión oral de practicantes, salvando así una mitología a la vez ignorada e inevitable, para eso que llamamos la identidad cubana.

En el prólogo que redactara Fernando Ortiz para la edición cubana de 1940, se puede leer lo siguiente:


Este libro es un rico aporte a la literatura folklórica de Cuba. Que es blanquinegra, pese a las actitudes negativas que suelen adoptarse por ignorancia, no siempre censurable, o por vanidad tan prejuiciosa como ridícula. Son muchos en Cuba los negativistas; pero la verdadera cultura y el positivo progreso están en las afirmaciones de las realidades y no en los reniegos. Todo pueblo que se niega a sí mismo está en trance de suicidio. Lo dice un proverbio afro-cubano: “chivo que rompe tambor con su pellejo paga”.


En las ficciones de Lydia Cabrera intervienen lo menos posible la figura del autor clásico, ese detalle a mi juicio, la diferencia y le confiere una autenticidad al relato que a veces falta en lo que se ha dado en llamar real maravilloso y realismo mágico. La acumulación reemplaza aquí a la composición que a veces se manifiesta, es cierto, por ciertos giros lingüísticos o un vocabulario que difícilmente podrían estar en bocas de negros marginados: tonudo, tendido, empalagosa, borbotón, estar harta de, lebrillo, lánguido,trepidar, etc.

Agradezco sin embargo como lector, y de manera paradójica, esta obstrucción culta donde se atisba un dominio de la lengua que tanto echo de menos en otras prosas contemporáneas.

Y me alegra vernos así, a Ariane y a mí, pasando de una velada con Harry Potter 7 y un paseo por las orillas del Sena, a fábulas de Lydia Cabrera donde aparecen, hablan, se casan y disputan, como si fueran humanos, divinidades como Yemayá, Ochosi y Ogún, y toros, lombrices, gatos, ratones, perros, y sobre todo la jicotea, “prototipo de la astucia y la sabiduría, venciendo siempre a la fuerza y a la simplicidad”, según Fernando Ortiz.

Seguro yo de que mi tía Mercedes de alguna manera anda contenta por su nube, y de que ese olor proveniente de las plantas mojadas contra la canícula de agosto, es el olor de albahaca de aquella casa del callejón de Los Ángeles 37, en Santa Clara.

El mismo olor que nos acompañaba cuando mi tía conjuraba maleficios y preparaba resguardos obedeciendo a las voces de esclavos muertos, para tratar de arreglar, a su modo, los males de este mundo.

       Foto: Ariane Valdés-Picault

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commentaires

E
<br /> Hermano como estas? se de ti por oliva. estoy en canada estamos en contacto abrazo<br /> <br /> <br />
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I
<br /> Lei el articulo..la brujeria a traves de harry poter......uh,tu hija tiene ''potencias'' siempre me envuelves en olores y sabores de lo que hemos sido por eso me encanta tenerte y leerte.lidia en<br /> el sena.....quien lo pudo explicar mejor<br /> <br /> <br />
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M
<br /> Gracias por la anécdota y relacionar a Harry Potter con nuestra brujeria. Un beso<br /> <br /> <br />
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M
<br /> Me gusto mucho tu comentario!! Saludos desde Barcelona.<br /> <br /> <br />
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